miércoles, 6 de febrero de 2013

IMPORTANTE LA ACCIÓN DE GRACIAS DESPUES DE LA EUCARISTÍA

La acción de gracias


Para el grado de gracia que nos ha de aumentar el sacramento ex opere operato es más importante la preparación que la acción de gracias. Porque ese grado está en relación con las disposiciones actuales del alma que se acerca a comulgar, y, por consiguiente, tienen que ser anteriores a la comunión.
De todas formas, la acción de gracias es importantísima tam­bién. (INo perdáis tan buena sazón de negociar como es la hora después de haber comulgado», decía con razón a sus monjas Santa Teresa de Jesús. Cristo está presente en nuestro corazón, y nada desea tanto como llenarnos de bendiciones.
La mejor manera de dar gracias consiste en identificarse por el amor con el mismo Cristo y ofrecede al Padre, con todas sus infinitas riquezas, como oblación suavísima por las cuatro fina­lidades del sacrificio: como adoración, reparación, petición y ac­ción de gracias. Hablaremos inmediatamente de esto al tratar del santo sacrificio de la misa, y allí remitimos al lector.
Hay qué evitar a todo trance el espíritu de rutina, que este­riliza la mayor parte de las acciones de gracias después de co­mulgar. Son legión las almas devotas que ya tienen preconce­bida su acción de gracias -a base de rezos y fórmulas de devo­cionario- y no quedan tranquilas sino después de recitadas todas mecánicamente. Nada de contacto íntimo con Jesús, de conversación cordial con Él, de fusión de corazones, de peti­ción humilde y entrañable de las gracias que necesitamos hoy, que acaso sean completamente distintas de las que necesitare­mos mañana. «Yo no sé qué decide al Señor», contestan cuan­do se les inculca que abandonen el devocionario y se entreguen a una conversación amorosa con Él. Y así no intentan siquiera salir de su rutinario formulismo. Si le amaran de verdad y se esforzasen un poquito en ensayar un diálogo de amistad, silen­cioso, con su amantísimo Corazón, bien pronto experimentarían repugnancia y náuseas ante las fórmulas del devocionario, com­puestas y escritas por los hombres. La voz de Cristo, suavísima e inconfundible, resonaría en lo más hondo de su alma, adoctri­nándolas en el camino del cielo y estableciendo en su alma aque­lla paz que «sobrepuja todo entendimiento».

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