La acción de gracias
Para el grado de gracia que nos ha de
aumentar el sacramento ex opere
operato es más importante la preparación que la acción
de gracias. Porque ese grado está en relación con las disposiciones actuales del alma que se acerca a
comulgar, y, por consiguiente, tienen que ser anteriores a la comunión.
De todas formas, la acción de gracias
es importantísima también. (INo perdáis tan
buena sazón de negociar como es la hora después de haber comulgado», decía
con razón a sus monjas Santa Teresa de Jesús. Cristo está presente en
nuestro corazón, y nada desea tanto como llenarnos de bendiciones.
La mejor manera de dar gracias consiste
en identificarse por el amor
con el mismo Cristo y
ofrecede al Padre, con todas sus infinitas riquezas,
como oblación suavísima por las cuatro finalidades del sacrificio: como
adoración, reparación, petición
y acción de gracias. Hablaremos inmediatamente
de esto al tratar del santo sacrificio de la misa, y allí remitimos al
lector.
Hay qué evitar a todo trance el espíritu de rutina, que esteriliza
la mayor parte de las acciones de gracias después de comulgar. Son legión
las almas devotas que ya tienen preconcebida su acción de gracias -a
base de rezos y fórmulas de devocionario- y no quedan tranquilas sino
después de recitadas todas mecánicamente. Nada de contacto íntimo con
Jesús, de conversación cordial con Él, de fusión de corazones, de petición
humilde y entrañable de las gracias que necesitamos hoy, que acaso sean completamente distintas de las que necesitaremos
mañana. «Yo no sé qué decide al Señor», contestan cuando se les inculca
que abandonen el devocionario y se entreguen a una conversación amorosa
con Él. Y así no intentan siquiera salir de su rutinario formulismo. Si
le amaran de verdad y se esforzasen un poquito en ensayar un diálogo de amistad, silencioso, con
su amantísimo Corazón, bien pronto experimentarían repugnancia y náuseas
ante las fórmulas del devocionario, compuestas y escritas por los hombres.
La voz de Cristo, suavísima e inconfundible, resonaría en lo más hondo
de su alma, adoctrinándolas en el camino del cielo y estableciendo en
su alma aquella paz que «sobrepuja todo entendimiento».
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